14/03/2016
Sucedió en la 30 edición de los Premios Goya. A algunos guionistas nominados se les vetó la entrada al recinto por la puerta principal, la de la alfombra roja. También se les privó de posar en el photocall. ¿Para qué van a posar esos personajillos que se dedican a crear la posibilidad de que el cine sea el cine, si el "glamour" es mucho más importante que la sustancia propia de la creación? Ese parecía ser el subtexto no de un medio o programa del corazón, sino de la propia Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España.
La reacción del sindicato de guionistas ALMA no se hizo esperar. El pasado 9 de febrero, publicaba en su sitio web que "...este error en la organización (de los Premios Goya) omite la fundamental labor que realizamos. Las películas, series, programas, cortometrajes... surgen de los creadores. La materia prima con la que arranca toda la maquinaria, no se crea sola. Omitir nuestra función en la industria e ignorar a nuestros profesionales en eventos tan relevantes para el sector como los Premios Goya, ruedas de prensa, estrenos o en los diferentes festivales que se celebran anualmente por todo el país, empobrece nuestra riqueza audiovisual y contribuye a la precarización de nuestro gremio".
El eco de la indignación de los guionistas se propagó a través de medios como El País, ABC, El Mundo, Europa Press, La Vanguardia, El Diario, Ver Tele, Cinemanía, 20 Minutos, Cadena SER, Fórmula TV, Deia, Las Provincias, Crónica Global, Libertad Digital, Blog de Cine, El Adelantado, Noticias de Álava, El Progreso y otros. Se sumaron artículos en distintos blogs y redes sociales.
Con bastante menos diplomacia que la mayoría de ellos, me pronuncié en Facebook a título personal, el día 7 de febrero:
Si Goya fuera guionista solo le quedaría de consuelo tomarse unos cuantos cubatas a fin de no morir de vergüenza por la gala que lleva su nombre. Si el pasado año se privó de invitación a los guionistas de la película más taquillera y loada por el público (independientemente del gusto de cada cual), en este 2016, según parece se ha prohibido que algunos de los guionistas nominados pasaran por la alfombra roja o se visibilizarán en un photocall que no ha hecho ascos a personajes mucho menos relevantes para el cine español.
Es evidente que, a los ojos de una patética política de la Academia de Cine, los guionistas "no somos suficientemente dignos" para ser resaltados o reconocidos. Y el tema no va de egos sino de ninguneo constante a la figura más importante del cine. Porque dejándonos de cuentos y solfas, ¿qué habría que celebrar si no hubiera quienes escribiesen las partituras que permiten a las películas ser lo que son?
La Academia de Cine debería hacer una seria reflexión al respecto, si no por el bien del guionista al menos por el bien propio. Porque ¿qué Academia de Cine puede proyectarse hacia parte alguna, si sigue empecinada en ningunear al guionista? Si todos los empeños en dar los ya manidos tintes políticos a una fiesta que debería asemejarse mucho más a la celebración y conquista de nuestro lugar y espacio en el séptimo arte, se derivaran a resaltar y a tratar mejor a la figura de quien crea la posibilidad de existir de la nada, el escritor de cine, probablemente andarían mucho mejor las cosas y habría mucho menos de lo que lamentarse. ¿O no?
Ya no voy profundizar en la incomprensible ausencia de bondadosas referencias al streaming o a los medios de consumir películas propios de la sociedad de nuestros días -legalmente también, por cierto-, ni al absurdo empeño en resucitar la figura de aquellos videoclubs que alquilaban en VHS o DVD mientras al guionista se le negaba el cobro de un solo céntimo por derechos de autor. ¡Que bonitas hubieran sido unas palabras en favor del guionista, vivo, actual y artífice del cine en todos los lugares del planeta, en lugar de un intento anacrónico de momificar lo que está destinado a morir por la evolución de los tiempos! ¿Acaso no hubiera tenido mucho más sentido una loa a los generadores de las historias, a la vez óvulo y semen con el que se conciben las películas? ¿Tiene algún sentido excluir o alienar a los padres biológicos de la criatura?
Que quienes fueron vedados y los que no, todos los guionistas ganadores y nominados, encuentren junto a nuestro Goya embriagado, el más eficaz consuelo. No por el adormecimiento etílico sino porque en nuestra mente, la de todos los amantes del guion, SÍ han pasado por la alfombra roja como estandartes y personificación de los guionistas, y porque, con ellos, no cesaremos hasta que el GUION ocupe el lugar que se merece dentro y fuera de esta gala.
Hoy, va por nuestros protagonistas: Cesc Gay y Tomàs Aragay (Truman); Fernando León de Aranoa (Un día perfecto); Borja Cobeaga (Negociador); DanielGuzmán (A cambio de nada); Alberto Marini (El desconocido), Paula Ortiz y Javier García Arredondo (La Novia); David Ilundain (B, la película); Agustí Villaronga (El Rey de La Habana). Con Goya o sin él, con alfombras o sin ellas, ¡larga vida al guion y a los guionistas!
El asunto podía acabarse aquí o con la manifestación que ha hecho el sindicato ALMA. Pero, si nos contentáramos con eso, en muy poco tiempo, las aguas volverían a su cauce y todo seguiría igual.
La cuestión es: ¿cómo se puede cambiar desde el tuétano ese menosprecio tácito al guionista que se manifiesta tanto en patéticos episodios similares al referido, como en las insultantes propuestas de trabajo sin cobro, en los ofrecimientos para que a cambio de nada nuestras obras sirvan de activos para proponer aventuras de producción que si no fructifican solo el guionista sale perjudicado, o en la llamada a ser cantera de ideas o desarrollos de los que impunemente se queda los derechos un tercero sin darnos nada a cambio?
El menosprecio público al guionista y a su trabajo, a pesar de que de él depende la prosperidad de los directores, productores, actores y todos los miles de puestos de trabajos de la industria audiovisual, es ilógico. Y el ninguneo, la minimización y la invisibilidad, solo su consecuencia.
Lo peor del caso es que la falta de visibilidad y todo lo demás, en demasiadas ocasiones, la acepta el propio guionista como si fuera una especie de pecado original que conlleva la condición de escribir para el cine, la televisión o cualquier medio audiovisual. Con la llegada de Internet, se ha venido a remover la conciencia de la necesidad de hacerse visible, no ya por reputación, simplemente por valoración y supervivencia. Pero es del todo insuficiente. El problema es mucho más profundo.
No voy a volver a esgrimir aquí todas los argumentos que desplegué en el artículo "El guion como género literario" en donde razonaba por qué el guionista y su obra debe obtener un posicionamiento similar al de un autor de teatro y la suya, y que convendría repasar. Sin embargo, sí es necesario ahondar en la génesis de ese menosprecio, ninguneo e invisibilidad que se le regala al guionista. No por regusto masoquista, sino porque si no se entiende la causa de los problemas, difícilmente podemos poner solución a los mismos. Si queremos dejar de golpearnos contra un muro invisible y aparentemente ilógico, no nos queda más remedio que iniciar un desafiante viaje en el tiempo.
En esa búsqueda, triste e inevitablemente, nos topamos con un momento de la historia del cine que fue de vital importancia para nuestros colegas los directores, pero que para nosotros significó la marginación y destierro a las barracas, desde los años 50.
Desde entonces, la figura del guionista como autor de la obra se diluye injustamente en favor del director, sin embargo, el asunto no es fruto del azar o de la confabulación de los astros, sino de la astuta inteligencia humana. Veamos qué sucedió realmente...
Tendríamos que remontarnos a 1951, el año en que surge Cahiers du Cinéma de la mano de André Bazin junto con Jacques Doniol-Valcroze y Joseph-Marie Lo Duca, revista con el afán de cambiar la concepción que el mundo tenía del director de cine, para colocarlo por encima del productor y de los actores. Todo un reto en la época.
Este proyecto no surgió de la noche a la mañana sino que se derivó de la revista Revue du Cinéma, que databa de 1928. Bajo la dirección inicial de Doniol-Valcroze y posteriormente de Éric Rohmer (Maurice Scherer), Cahiers du Cinéma incluyó entre sus autores firmantes a François Truffaut, Claude Chabrol, Jacques Rivette y Jean-Luc Godard, entre otros.
Como es hartamente sabido, la revista francesa agrupó a jóvenes intelectuales y cinéfilos que se enfrentaron al cine francés imperante, criticando su sumisión a la literatura. Sin embargo hay un eje mucho más importante que ese: la reclamación de la figura del autor de la película para el director.
La estrategia de Cahiers pasaba por dividir a los directores en autores y artesanos. El propósito era simple: lograr para el cine el posicionamiento de cualquier arte clásica y para el director, el de "autor" de la obra de arte.
Para ello se trazó una política en la que se establecía la "Mise-en-Scène" o puesta en escena como el valor principal de la obra cinematográfica, en detrimento del guion sobre la que esta se erigía. La minimización del guionista no era el objetivo... solo un efecto colateral necesario para lograr los fines perseguidos.
Francesco Casetti, en "Teorías del cine 1945-1990", nos recuerda que la atención ya no se dirigía a lo que decía (o pretendía decir) la obra, sino a cómo el director interpretaba y la plegaba a sus exigencias expresivas. Y como señala acertadamente Robert Sklar en su capítulo "El cine estadounidense, 1945-1960", de "La historia mundial del cine", después de que las ideas de los críticos de Cahiers du Cinéma hubieran prendido se lograron dos efectos más allá de la concepción del director-autor: 1) que los críticos dejaran de tachar a los directores norteamericanos de ejecutivos sin rostro, y 2) que las películas dejaran de valorarse únicamente por su historia o por el guion.
El germen de la "teoría del autor" nació en Francia, pero pronto la revista Movie extendió la visión por el Reino Unido y el crítico Andrew Sarris la llevó a Estados Unidos. Este, además, reorganizó la historia del cine siguiendo las biografías y trayectorias de los directores.
Poco después, se empezaron a juzgar las películas no por su valor propio sino según las aportaciones o sello personal que el director dejara en ella, problema que señala con tino Efrén Cuevas en su artículo Notas sobre la ”teoría del autor” en ficciones audiovisuales. Este recuerda que ya André Bazin, en un temprano artículo referido a la politique des auteurs, afirmaba:
La "politique des auteurs" consiste, abreviando, en elegir el elemento personal en la creación artística como estándar de referencia, y luego asumir que continúa y progresa de un filme al siguiente. Es sabido que existen importantes películas de calidad que escapan a este criterio, pero que serán consideradas inferiores, de un modo sistemático, respecto a aquéllas en las que se pueda percibir con detalle el sello personal del autor, aunque el guion sea de lo más ordinario.
Han pasado 65 años y aunque la "teoría del autor" y la pomposidad insuflada al director a través de la escritura de inteligentes artículos al servicio de la causa se ha ido adelgazando en la mayoría de los territorios, nada se ha hecho para cambiar la perniciosa secuela que conllevaba: la necesaria minimización del guionista.
La secuela reina todavía en manifestaciones no ya como la de poner a los guionistas a pisar la alfombra gris, sino la de colocarlo directamente bajo la alfombra; en la de ofrecerle céntimos por su capacidad creadora a pesar de que su obra genere millones a los más avispados; en la de privarle incluso de unos céntimos por el uso y abuso de su obra en Internet, a no ser que tenga las narices de hacer una huelga como la que se hizo en Estados Unidos; a obligarle a renunciar a sus derechos de autor por copia privada, por la venta de soportes como el DVD o por la distribución masiva de su obra en periódicos, porque así hay menos a repartir con él; y a tantas y tantas otras vejaciones más. Y lo más irritante es que quienes privan de todo esto al guionista son los que más ruidosamente enarbolan la bandera antipiratería alegando falsamente defender los derechos de este.
¿Es la hora de decir basta? ¿Es la hora de rebelarse? ¿Es la hora de que las entidades del guion y los guionistas de todo el mundo se agrupen para cambiar la falaz creencia de que el guionista no es el creador principal de la película como lo es el compositor en la sinfonía o el dramaturgo en la obra de teatro? ¿Acaso no ha llegado el tiempo ya de que el guionista haga valer su verdadero papel y lugar en este juego?
Nadie niega que el cine sea una de las artes, ni que sea un arte compartido, como también lo es la ópera y el teatro. Sin embargo, si a Verdi no le niegan ser el crucial autor de sus óperas, ni a Shakespeare el ser el crucial autor de sus obras, que al guionista no le nieguen ser el crucial autor de cualquiera de las películas que ha escrito. Porque solo si a Verdi se le asignara un rol inferior al de los directores de sus óperas, solo si a Shakespeare se le asignara un rol inferior al de los directores de sus obras, entonces, de la misma forma se le podría asignar al guionista rol inferior al de los directores de sus películas. Puro sentido común.
La gran asignatura pendiente del guion es recobrar la ubicación que le corresponde, si es que alguna vez la ha poseído. O conquistarla, si no. Poner las cosas en el lugar que les corresponde.
Si para eso hay que dar marcha a atrás hasta los orígenes, remontarnos hasta Cahiers du Cinéma, y deshacer las realidades que fueron inyectadas para transformar las creencias del momento en favor del director de cine a costa de la minimización del guionista, quizá es hora de hacerlo.
No partimos de cero. La industria de la televisión ya ha probado qué sucede cuando al guionista se le coloca en el lugar que le corrresponde. En ese sentido, el medio televisivo ha hecho evidente que cuando la teoría del autor se desvanece junto a su secuela perniciosa -la minimización del guionista- y, en su lugar, se le da poder a este, la obra funciona mejor. El siglo XXI ha dado muestras suficientes de los magníficos resultados que se consiguen cuando el guionista recobra su verdadera posición como autor y alma de la obra.
Y a quienes saquen la uñas, tendremos que recordarles que ni todo el cine es arte, ni el autor de la "obra de arte" es el director, ni el arte se encuentra sostenido en una "puesta en escena" ajena a la historia. La verdad es simple: la protagonista clave es la historia, no sus adornos.
Sin embargo, la transformación no se logrará de la noche a la mañana. Si el guionista desea alcanzar el reconocimiento que se merece como autor primigenio y cimiento de cualquier obra audiovisual, tendremos que aprender a mirar hacia atrás sin acritud. Tendremos que aprender mucho de cómo lo hicieron Bazin, Doniol-Valcroze, Lo Duca, Rohmer, Truffaut, Chabrol, Rivette, Godard, y todos los que fraguaron ese cambio de perspectiva en favor del director.
La revolución y evolución de los directores, paradójicamente no surgió de sus obras, ni de la confrontación directa con la manera de pensar de la industria del momento. Surgió a través de la escritura. De los artículos que firmaban todos esos autores, que se difundían por un medio de comunicación (Cahiers du Cinéma) y que poco a poco fueron expandiéndose desde Francia hasta el mundo. Su propósito no fue solo ensalzar a la Nouvelle Vague como piensan muchos, sino cambiar el paradigma de percepción del director... y, consecuentemente, del guionista.
Y somos los autores, a través de nuestra capacidad de escribir y de nuestros escritos, quienes debemos ser los nuevos Truffaut, Chabrol, Rivette o Godard, a través de los Cahiers du Cinemá de nuestros días, sitios web como Abcguionistas, Bloguionistas, Guion News o cualquier otro... Somos nosotros quienes sin pudor debemos escribir y alzar la voz del guionista y para transformar la concepción que se tiene de él. Tenemos una ventaja: ¡escribimos! No hay razón para no hacerlo.
No confiemos en que las instituciones ajenas a nosotros lideren ese cambio. Quizá consigamos un gesto, y que los guionistas pasen por la alfombra roja para callarles la boca y que no molesten. No es suficiente.
A mediados de siglo XX, un puñado de autores consiguió cambiar la concepción que el mundo tenía de los directores desde un medio de comunicación establecido en Francia. Nosotros, en el XXI, podemos conseguir cambiar la concepción que el mundo tiene de los guionistas a través de los muchos medios establecidos universalmente a través de Internet, y con la fuerza de miles de voces que saben escribir. La capacidad existe.
¿Vamos a hacerlo algún día? No es momento de pensar en poner temporizadores a los relojes de arena blanda que se escapa entre los dedos...
¡Empecemos ahora, haciéndonos eco de este reclamo, golpeando nuestras teclas hasta que se nos formen callos! ¡Cada uno de nosotros! ¡Sin excusas para más dilación!
Es hora de ponerse en acción para hacer valer lo que es de justicia: el valor público que debe recobrar el guion, el lugar que por mérito propio deben ocupar los guionistas.
Valentín Fernández-Tubau
Cofundador y director de Abcguionistas
19/02/2016 11:40:35
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