10/05/2016


Noticias de guion

La nueva sombra de Godard


 

El placer de seguir aprendiendo me llevó a hacer un paréntesis en las actividades que me ocupan estos días como profesor y asesor de guiones en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, en Cuba, para saborear una conferencia que dio Fabrice Aragno, director de fotografía y colaborador del Jean-Luc Godard de los últimos tiempos. Con él ha trabajado en obras como "Film Socialiste" o "Adiós al lenguaje", un cine casi experimental en el que el mítico cineasta francés está volcado desde hace años.

Aragno contó, por ejemplo, que en "F ilm Socialiste" quien grabó las imágenes del crucero por el mar, que compone uno de los tres segmentos de la película, no fue Godard sino él y Paul Grivas. ¿Les dio las instrucciones Godard? No. Cuando se las pidieron, les dijo que no quería viciarles, que rodaran lo que quisieran. Emprendieron el viaje en crucero por el Mediterráneo abordo del Costa Concordia, el mismo que se hundió en fatídico accidente en enero 2012. Allí tomaron imágenes y después de decidir sobre todos los aspectos del contenido y grabarlo, le entregaron el material. Godard hizo su película a posteriori, a base de los estímulos que le iban sugiriendo las imágenes grabadas. ¿Había guion escrito? Por supuesto que no. Es una manera de entender el cine.

En cierto modo, grabar sin guion parece la más pura expresión de lo que los directores fieles a la "teoría del autor" que dio origen a la Nouvelle Vague y a todo el posicionamiento del director como autor supremo de la obra cinematográfica, piensan que debería ser el cine: una obra producto de su sentido artístico, liberada de las cadenas de cualquier guionista que pueda hacer sombra a la figura del director como único autor.

Pero parémonos a pensar por un momento: es de agradecer que Godard se libere del guionista de la forma que lo hace, porque por lo menos juega con su tesis de forma limpia. A diferencia de otros, no usa a un guionista para después atribuirse un mérito que no es suyo, a base de eclipsar la importancia del cerebro artístico y creador que posibilitó que la obra, con sus personajes y sus estructuras argumentales, así como muy posiblemente con sus diálogos, salieran de la nada. Cualquier producto artístico que pueda surgir sin la figura del guionista, si es artístico, lo es por méritos ajenos a este. Nada que reclamar.

Eso sí, me hubiera gustado profundizar en el sentimiento de Aragno y Grivas, que grabaron todo el material desde un punto de vista personal, fruto de la imaginación propia, como hace cualquier director. ¿Qué sintieron cuando vieron su trabajo materializado en un film con la firma de Godard y solo de Godard? ¿Sintieron que se les había despojado de una autoría que, en parte, les pertenecía?

La pregunta es retórica porque cualquiera que trabaje con el histórico cineasta francés sabe a qué atenerse. Su psicología está perfectamente ilustrada con la respuesta que Aragno dio a uno de los asistentes al evento. Este preguntó cómo adquiría Godard las licencias de uso de los fragmentos de obra, de otros directores, que utilizaba en algunas de sus películas. La contestación: "Godard cree en el deber del autor, no en los derechos de autor". Nada sorprendente. Todo cineasta sabe que su estandarte ha sido no atender a las reglas.

Con Godard, pues, llegamos a una doble ironía de la vida. La primera es que ahora es él quien resta pomposidad a los directores minimizando los derechos de "autor" a través del uso libre de sus fragmentos. Y la segunda es que a quienes otorga la libertad propia de un "director" y funciones no ajenas a este, como la de elegir y grabar puntos de vista, contenidos, puestas en escena,... les priva de la condición de autores porque él, después, guioniza en su cabeza, mezcla el material en montaje y genera una obra producto de todo ello. Es decir, atribuye la autoría a quien genera la historia y la monta, más que a quien la graba en imágenes con una puesta en escena determinada.

¿Puede existir una contradicción más bella con la original "teoría del autor"?

Los guionistas deberíamos patentar la terapia de este nuevo Godard, esa de hacer que un "director" grabe nuestro guion, para luego tomar lo grabado, montarlo como nos dé la gana con la visión que tenemos de la historia por ser quiénes la hemos creado y quiénes mejor entendemos de estructuras y emociones dramáticas, y darle forma con un montador.

Sería una receta para inyectársela a la manada de directores mediocres -demasiados para la salud de la cinematografía- que sin apenas conocimientos rudimentarios de guion a veces vienen con ínfulas a cambiar el nuestro como si fueran Welles y tratan de imponer la modificación de estructuras, personajes o detalles escénicos, sin tener capacidad siquiera de entender la función o efecto de los mismos.

Cuando a su manifiesta ignorancia se le suma un deje de arrogancia y un aire de ente omnisapiente, a muchos guionistas les sienta como una patada en las entrañas y sufren por ello; a otros nos entran las ganas de reírnos a carcajadas del pretencioso, e intentamos disimularlo lo mejor que podemos.

Harían bien en no tocar "demasiado" nuestro terreno o en hacerlo con más respeto, pero los que hablan desde el firmamento y meten la pata hasta el séptimo infierno es porque no han aprendido a ver. No saben de lo que están hablando pero parlotean como si fueran doctores de la ley. No saben escuchar pero cacarean. No saben observar pero relinchan. Y ese es el problema fundamental, semejante al de todo comensal que se cree cocinero solo porque tiene la capacidad de catar un guiso y añadirle unas cuantas especias. ¡Apártense los chefs, y dejen paso libre al nuevo genio de la cocina que jamás se molestó en aprender siquiera cómo se encendían los fogones!

En estos casos, la terapia Godard no sería una terapia de castigo sino de supervivencia, porque el efecto de los directores ciegos o con un concepto desmesurado de sí mismos y de sus capacidades artísticas, puede ser muy peligroso. Con su "genial" sentido de la obra y sus ansias por sobresalir como autor por encima del guionista a costa de lo que sea, pueden, por ejemplo, pensar que una viga o columna maestra no hace falta solo porque la ven gris; por consiguiente, afirman y defienden que la obra luciría mejor sin ese elemento.

Así pues, lo peligroso no es cuando se esmeran en argumentar la importancia de un cambio trivial que solo ofrece un bochornoso cuadro de su incompetencia dramática pero que no cuesta ajustar, sino cuando se afanan en discutir la falta de necesidad de la viga o de la columna maestra, y tratan de forzar una alternativa que, de ponerse en práctica, lleva a que el edificio se desplome. Y es que algunos directores "retocando guiones" se parecen mucho a esos que se ponen a hacer obras de reforma en sus casas sin consultar con los arquitectos, creyendo que su gusto personal opera por encima de todo principio arquitectónico. Directamente pasan del entendido, o se dicen entre sí: "Tú deja que ese diga lo que quiera y luego nosotros hacemos lo que nos dé la gana". ¡Ay, cuánto se parecen la dramaturgia y la arquitectura!

La terapia Godard vendría también muy bien para vacunar contra esa epidemia que el cineasta francés y sus colegas propagaron por todo el mundo hace unas cuantas décadas. Esa que todavía inunda el cuerpo de un buen número de directores y de muchos aprendices con una egolatría digna de esperpento, y que los guionistas miramos con sorna. Y es que ese tipo de directores, ansiosos de posicionarse como autores y artistas de una obra que jamás podría haber salido de su cerebro, desean sobresalir a costa de lo que sea: sugerir sandeces, eliminar vigas maestras, dar importancia mayúscula a cambios triviales sin importancia dramática alguna - todo como si los guionistas fuéramos seres impedidos de razonamiento para captar la teatralidad que adoptan con el fin de hacernos sentir que son indispensables donde no solo no lo son, sino que no están formados para serlo.

Esto tiene dos excepciones, por supuesto. La de los directores que respetan el trabajo del guionista. Y la de los directores que son guionistas, que no es lo mismo que los directores que escriben sus guiones. Quienes respetan, saben lo que le corresponde a cada cual; los guionistas-directores entienden de guion tanto como lo hace un guionista que no es director.

A estas dos castas hay que cultivarlas. A la tercera, la que solo pretende ser lo que nunca será -guionista-, hay que someterla a la terapia antiegolatría del actual Godard o simplemente, ir desterrándola como sabiamente ha hecho la televisión, poco a poco, en silencio.

Cualquier serie vanguardista de las que cuentan con el más fervoroso aplauso de la crítica y del público, ha prescindido ya de la figura del director como elemento esencial. Este ha pasado a ser un elemento secundario, reemplazable. Se le da el valor de un técnico de alto nivel, como hizo el propio Godard, pero no se le dejan las riendas. Y es que en el mundo de la televisión alguien se dio cuenta de que demasiados directores no solo no acababan sumando sino que, muchas veces con su arbitrariedad, acababan restando. Fue cuestión de tiempo que alguien más observara que cuando se les desplazaba y se ponía a un guionista al mando y a un realizador no presuntuoso y con respeto hacia el autor de la partitura, en su lugar, las cosas funcionaban mucho mejor.

No es esto un alegato en contra de los directores. Particularmente me conmueve la grandeza que un buen director puede imprimir a un texto, no solo a través de la puesta en escena sino del tratamiento de las emociones y subtextos, así como de cada uno de los detalles que llenan de belleza y de vida a una obra que antes solo existía en papel. Cualquier guionista sabe rendir tributo al director que lleva sus letras a un Olimpo semejante.

Mucho menos es este escrito un alegato contra Godard, de quien discrepo en lo relacionado con la teoría el autor y en otros cuantos episodios de su vida, pero por quien profeso a la vez gran respeto como creador, por su capacidad de saltarse reglas y normas, y de enarbolar formas de expresión que generan tal magnetismo que desembocan en elogios efusivos de la crítica aun en el caso de no llegar a entender aquello que elogia. Eso por sí solo, además de despertar mi simpatía, ya le coloca en el lugar de los grandes, como cineasta y como rebelde que doblegó en cierta forma el sistema. Si a ello se le suma el estar en pie de guerra bien pasados sus 80 años, todavía innovando, creciendo, arriesgando, expresando, mi sentimiento no puede ser más que el de admiración.

Pero esto sí es un alegato en contra de quienes, en vez de dedicarse a lo que debe ser su trabajo, pretenden dictar guion sin saber de guion, de los que menosprecian al guionista, de los que pasean su egolatría luciendo broches que no son suyos, de los que pretenden invisibilizar al autor original de la partitura de la película a cualquier costa, de los que anteponen su firma de "autor" a las necesidades reales de la obra... Son la peor reminiscencia y efecto colateral de una teoría de autor que les lleva al camino de la mediocridad mal disimulada y a una petulancia risible.

Todos estos solo tienen dos vías de evolución: la terapia del actual Godard, para ajustar importancias, o el camino de Sócrates: hacerse guionistas para empezar a vislumbrar la cantidad de tonterías que decían cuando pretendían saber de lo que nada sabían.

Mientras tanto, guionistas, ¡sigamos haciendo nuestro trabajo!

Valentín Fernández-Tubau
Cofundador y director de Abcguionistas

04/05/2016 08:42:53

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