El propósito del encuentro era, en palabras de la propia Fundación, el de analizar la situación de los derechos de remuneración del audiovisual, así como los retos a los que los creadores de este sector se van a enfrentar en el futuro.
Para ello, contó con una mesa de exposición y debate sobre "La situación internacional de los derechos de remuneración del audiovisual" y otra sobre los "Retos del futuro del audiovisual".
Me perdí los 15 minutos de la inauguración de Miguel (Hermoso) y Janine Lorente, subdirectora general de SGAE porque llegué 5 minutos tarde y la siempre eficaz Maribel Sausor me "pilló" para grabar unas declaraciones sobre los derechos de autor. Esperé turno y me grabaron después de recoger testimonio de los guionistas Marisol Farré y Alberto Macías, también ex compañeros en la directiva ALMA y pareja de talentos que, además, lo son en la vida real, como ejemplo de esos apasionantes cruces emocionales que no son extraños de encontrar en nuestro mundo creativo.
Ante las cámaras, no tuve reparos en declarar lo que pensaba, aunque me recorrió un escalofrío cuando me preguntaron cuánto tiempo llevaba en esto y me di cuenta de que, si contamos la etapa formativa, ¡supera las tres décadas! Y el escalofrío no venía por el paso del tiempo sino por lo poco que habían cambiado las cosas en el transcurso de los años, al menos en referencia al tema de la reunión que nos ocupaba.
El caso es que la remuneración de los autores sigue siendo un verdadero desastre en la mayor parte de los países del mundo. Con la iniciativa actual, se quiere poner de modelo la Ley de Propiedad Intelectual española, que tiene bastantes peros, si bien cuenta con muchas más conquistas que las de otros países, si es que allí existen.
Aunque estaba invitado a una “Fila 0”, no quise interrumpir y me deslicé por la parte de atrás. Al poco, me encontré con la cineasta y amiga Isabel de Ocampo, jabata en la defensa de la mujer en nuestro sector. Compartimos penúltima fila y visión panorámica.
"La situación internacional de los derechos de remuneración del audiovisual" daba comienzo. Moderada por Yves Nilly (Francia), guionista y presidente de Writers & Directors Worldwide, la musical lengua gala ayudaba a darle un cierto aire romántico al asunto. Y despegó...
Silvio Caiozzi (Chile), cineasta y presidente de ATN -Sociedad de Autores Nacionales de Teatro Cine y Audiovisuales-, nos ilustró acerca de la nueva ley aprobada el pasado octubre en el país andino. Una conquista que llevó años de perseverancia y de mostrar por qué nos corresponde a los autores un retorno por las obras que creamos.
Lo cierto es que en Chile no hubo cancha hasta que esos derechos, denegados a los autores, fueron concedidos a los actores. Pero claro, ¡la paradoja clamaba al cielo! Resultaba que a un actor se le reconocían derechos de autor, con capacidad de cobro por las repeticiones públicas de las obras audiovisuales, mientras a los autores clave - el guionista y el director- no se les reconocía como autores y no podían cobrar ese derecho. Años pasaron, pero por fin, se impuso la cordura.
La “Ley Ricardo Larraín” fue denominada así en honor a su célebre promotor y mejor defensor, el cineasta fallecido el pasado 21 de marzo, quien más allá de su huella cinematográfica, nos dejó un legado indiscutible y ejemplarizante en el campo de los derechos de autor.
Fue inevitable que, por unos segundos, mi mente viajara a aquel guion, “La frontera”, firmado por Larraín y Jorge Goldenberg, uno de los primeros que en 1990 me dieron a leer y analizar profesionalmente en Sogetel. A sus autores les valió un premio Goya al año siguiente.
Y el pensamiento que siguió fue: ¿qué tendrá mayor relevancia en la historia? ¿El legado de una buena pero siempre limitada filmografía o el de la generosidad y entrega que fragua en movimientos y leyes, como la citada, que favorecen la supervivencia de miles de creadores en el futuro? Larraín, nos ha dado ambos.
Marcelo Pyñeiro (Argentina), cineasta y vicepresidente de CISAC -Confederación Internacional de Sociedades de Autores y Compositores- no solo ilustró el caso argentino, sino también el impulso y avances que en este frente de los derechos de autor están llevando a cabo países como Brasil, Uruguay, Paraguay y Perú. El autor de “Plata quemada” y “El método” nos hizo reflexionar sobre el camino que queda todavía por recorrer, pero como diría Machado, "se hace el camino al andar". Y el efecto "contagio" es crucial para el éxito.
Otra ex compañera en la directiva de ALMA y cofundadora de CIMA – Asociación de Mujeres Cineastas y de Medios Audiovisuales-, la siempre sagaz cineasta y directora institucional de audiovisuales de la Fundación SGAE Inés París, inició su exposición con un ejemplo propio, al inicio de su carrera, para describir una triste realidad: lo mal que negocia el guionista, regalando casi todos sus derechos sin apenas ser consciente de ello. ¡Cuánta falta hace el training básico para entender lo que pone en un contrato y cómo negociar la propuesta del productor! Deber tan importante como la propia escritura de guiones y que no tendría que ser obviado por ningún guionista profesional o aspirante.
Pero la pedagogía no es solo necesaria para los autores. La creadora madrileña hizo hincapié en lo necesaria que es también para que no solo la gente de a pie sino las propias instituciones, entiendan de qué va esto de los derechos de autor. Y le bastaron un par de anécdotas para ejemplificar perfectamente cómo una gran parte de nuestro público y gobernantes aún no sabe lo que hace un guionista, y otra, además cree que los diálogos de una película son ocurrencia instantánea de los actores.
La educación es, indudablemente, el primer paso para que cuando uno hable de frambuesas, el otro no piense que le hablan de limones, o peor aún, de vísceras au vin.
Ramón Rey García, de Castelao Abogados, jurista de FAGA -Foro de Asociaciones de Guionistas Audiovisuales, en España- remarcó acertadamente, la diferencia entre cobrar por un trabajo (lo que paga el productor por la creación de la obra en sí), y cobrar por los rendimientos de ese trabajo, es decir, obtener una remuneración por la riqueza que la explotación diversa de nuestro trabajo (en distintos medios) produce a terceros. Esto último sería lo que entra en el campo de los derechos de autor.
Matizaciones por parte de Tomás Rosón, abogado de ALMA, y otros juristas presentes en el encuentro, dejaron más claro, si cabe, el alcance de nuestra Ley de Propiedad Intelectual, y lo que supondría para los Autores de todo el mundo su exportación internacional.
También se dejó patente en el encuentro, la necesidad de diferenciar entre el modelo anglosajón y el no anglosajón. En el modelo anglosajón el AUTOR de la obra no es el guionista o el director sino el productor. Este productor, concebido como el autor principal, contrata a otros autores parciales para determinadas funciones que se suman a su visión. En el modelo no anglosajón (el nuestro) el AUTOR es el guionista y es el director. Los puntos de vista, por tanto, son distintos y eso hay que tenerlo en cuenta, porque si se trata de una realidad confusa para los propios autores, no pensemos ya en la ignorancia de la misma que tendrán gobernantes, políticos y legisladores, si no se les explica el abecedario como en una clase de párvulos. La palabra clave: ¡pedagogía! No hay otra.
Una de las realidades que deberían ser diáfanas es la comprensión básica sobre el cobro de los derechos de autor. En España, los cobra una Entidad de Gestión (como SGAE o DAMA) y no los paga el productor, sino el licenciatario (sea sala de cine, cadena de TV, etc.). ¿Por qué? Porque es lógico que sean esos puntos de exhibición, a los que nuestra obra les genera riqueza, los que tengan mayor facilidad de contabilizar el número de personas que les genera tal riqueza. Por lo tanto, son ellos los que liquidan a cuenta de los beneficios relacionados con el número de personas que consume nuestra obra.
En consecuencia, en nuestro modelo, a un productor no le afecta el pago de este derecho. Paga el licenciatario (sala de cine, cadena de TV, etc.)
Quede claro, pues, que negociamos y cobramos nuestro contrato con el productor, pero cobramos nuestros derechos de autor de la entidad de gestión que los recolecta por nosotros a los licenciatarios, en función del eco de nuestra obra.
Y puesto que quienes nos pagan por estos derechos son los beneficiarios del eco que tiene nuestra obra en su medio, esto nos lleva al falso debate de Internet.
La gran falacia conquistada por las grandes multinacionales TIC, operadores de Internet, es que magistralmente hacen sentir al usuario que es él quien "paga” por los derechos de autor, cuando en realidad son estas grandes empresas las que deben o deberían pagar -al igual que paga la sala de cine o la cadena televisiva- en función del número de público que les aporta riqueza, vinculado a nuestra obra.
Entonces, ¿por qué no se hace pedagogía de la realidad para deshacer el malentendido?
Esta es la gran incógnita. Pero resulta impúdico que una multinacional, para escamotear los derechos de autor a los creadores de su riqueza, hipnotice a sus usuarios haciéndoles creer que se les cobra a ellos.
No nos imaginamos que el público asistente a las salas de cine, o los televidentes, puedan montar en cólera porque las entidades de gestión cobren al exhibidor cinematográfico y a la cadena televisiva una cantidad en función de quienes hayan disfrutado de la obra. No se sienten afectados. Pero el caso Internet es digno de estudio.
No tiene lógica alguna que las multinacionales, escudadas tras la descarada falacia sobre el coste repercutido a los usuarios, lave el cerebro y lance un ejército de voluntarios enfurecidos para hacer la batalla por ellos.
Por supuesto, que esta realidad persista, no es culpa del público engañado. Y que el sector audiovisual haya culpabilizado al público de Internet en lugar de poner el dedo en la llaga de quien es responsable de todo este universal malentendido, ha sido EL MAYOR ERROR en esta guerra.
El público no es el objeto de nuestro debate o no debería.
Que los espectadores de cine paguen a los exhibidores o que estos cobren, no cobren, decidan o no poner un miércoles “día del espectador”, o se les cuele más o menos gente en sus taquillas, no es asunto del autor; es asunto de los exhibidores.
Que los televidentes paguen o no paguen a las cadenas por ver nuestras obras, que estas sigan un modelo gratuito, de pago, pay-per-view o lo que sea, no es asunto del autor; es asunto de las cadenas.
Y, del mismo modo, que los usuarios de Internet paguen o no paguen por navegar y/o usar plataformas del medio, o no lo hagan, tampoco debería ser asunto del autor; debería ser asunto de las operadoras de Internet.
¿Cuál es, entonces, nuestro asunto?
1) Que las salas nos paguen un pellizco de la riqueza que adquieren gracias a los espectadores que les proporciona nuestra obra.
2) Que las cadenas televisivas paguen un pellizco de la riqueza que adquieren gracias a los televidentes que les proporciona nuestra obra (que luego cobran debidamente a sus anunciantes).
3) Que los operadores y plataformas de Internet paguen un pellizco de la masiva riqueza que adquieren gracias a las cascadas de gente que contrata sus servicios para consumir nuestros audiovisuales.
Punto.
Cómo lleven el negocio estas macroempresas, ya sea que se les cuelen espectadores en las taquillas de cine, pinchen una cadena de pago o se descargan películas de Internet no es nuestro asunto. Es un asunto de su negocio y de cómo lo regentan. Y derivar esa responsabilidad al autor es perverso.
Independientemente de lo bien o mal que lleven su negocio, el caso es que nosotros les proporcionamos el público que les da riqueza y merecemos un pellizco de esa riqueza como creadores y posibilitadores de SU riqueza. Sea para seguir creando o, si nos da la gana, para irnos a las Bahamas, que de vez en cuando, también sienta bien.
Así pues, dejémonos todos de demonizar al público. El público, es nuestro mejor aliado, es quien responde a nuestras obras y es quien nos permite existir. Siempre ¡viva el público! Como sea, que consuma nuestras obras.
Si de esto cabe sacar una conclusión es esta: no nos podemos dejar hipnotizar por una falacia tergiversadora de la realidad de las cosas, como se está dejando hipnotizar parte del público de Internet respecto a los autores. Quede claro que ni el público es nuestro enemigo (aun si le han inducido a creerlo), ni es quien mueve los hilos de este asunto.
Esta tesis es la que vengo defendiendo desde hace años. Y desenmascarar las falacias y ubicar la batalla en los terrenos que le corresponde, es lo propio si se quiere llegar a alguna parte.
Y hablando de derechos de autor, la batalla por Internet no es inocua. Hay muchos intereses creados. Pero conviene aclarar las cosas, no vayamos a propagar malentendidos y a dejarnos devorar por las fauces de las que nos debemos proteger.
Para refrendar esta afirmación, valga recordar uno de los datos más interesantes que se dieron en el encuentro: las cifras relativas al negocio audiovisual en Internet se han disparado en más del 1000% en los últimos tiempos.
No es de extrañar. Hace más de una década, los guionistas estadounidenses montaron una de las mayores huelgas de la historia y no fue para que les subieran los salarios por sus contratos de cine o televisión. Fue para conquistar unos céntimos en las reproducciones de Internet, algo que la industria les negaba ferozmente.
Tanto unos como otros, oponentes en el campo de batalla, fueron avispados en la captación de la realidad por venir. Todo ello mientras en otros países nos concentrábamos y empastábamos en reivindicar el cobro por otros derechos condenados a la obsolescencia, como los de los DVD - por cierto, nunca realmente conquistados.
Guionistas, productores y networks (cadenas televisivas) de Estados Unidos, protagonizaron una confrontación en la arena que verdaderamente interesaba, con vista de halcón, a largo plazo. Costó millones de dólares. ¿Unos céntimos merecían toda esa guerra? El presente actual ha respondido con creces. Los guionistas supieron aguantar, ganaron el pulso y hoy en día cobran por lo que de otra forma hubieran dejado a la deriva.
A la vista de la historia pasada y presente no podemos cerrar los ojos. Pero es preciso compromiso, y acción. Y entender de qué va realmente el asunto.
Rey alegó que es difícil luchar contra el lema "la cultura debe ser libre", pensamiento que recoge la tónica general. Pero es que no se trata de luchar contra eso, porque la cultura, como necesidad y riqueza vital, debería ser libre… algún día.
Aunque no más libre de lo que deberían ser los alimentos, y necesidades básicas más importantes. Alimentos, techo, vestimenta,… cultura... ¿Por qué no? El problema está cuando hacemos interpretaciones sesgadas basadas en falacias.
Porque en un orden de importancias, ¿sería más importante dar acceso libre a los alimentos básicos o dárselo a la cultura? Pero no porque el ideal sea un acceso libre a los alimentos, vamos a proclamar: “¡asáltense los supermercados!”.
Sin embargo, es tan pobre la creatividad en este campo, que a alguien se le ha ocurrido pensar que el fenómeno se va a detener porque se recalque "no se debe robar". Argumento demasiado pueril. ¿Cuándo se ha visto que tal argumento haya convencido a alguien que robe? ¿A quién se le ocurre pensar que así se puede parar un fenómeno masivo? ¿Llamando a las masas “delincuentes”? ¿Haciendo una mísera exportación de la Inquisición a nuestro mundo digital del siglo XXI? Nuestra creatividad demanda más sofisticación.
Hay algo a lo que apelar que es mucho más importante y racional: después del gozo inicial del asalto al supermercado y de saborear una despensa llena a coste cero, llegaría el futuro. Y ¿qué ocurriría en ese futuro si hoy declaráramos libre el acceso a los alimentos -por ser un innegable derecho- sin retribuir al agricultor, granjero o ganadero? ¿Qué pasaría si para evitar la hambruna, en lugar de diseñar una solución específica para la población que sufre esos efectos, decidimos disposición libre de alimentos, y matamos de hambre a quien nos da de comer? ¡Es la lógica del absurdo!
Y con la cultura ¿acaso no podría ocurrir lo mismo?
Sería magnífico que la cultura tuviera un modelo de acceso favorecido, a través de subvenciones al consumo, traducido en rebajas en los impuestos como el IVA y otras... pero de ahí a la vía libre para “asaltar el bar”, hay diferencias mayores.
Para que no fuera inviable un acceso libre y a la vez racionalizado a la cultura, sería necesario un cambio de modelo, y un planteamiento similar al que recibe la Educación gratuita. No quiere decir que sea absolutamente imposible, sino que es absolutamente imposible sin una planificación exhaustiva del modelo.
Es observable que no porque la educación sea libre significa que los profesores no puedan cobrar. Y lo que en nuestro campo no es de recibo es que bajo el pretexto de acceso libre a la cultura, se quiera dejar a los creadores sin intercambio económico que les permita seguir creando… o comer siquiera. ¿Nos damos cuenta a dónde llevaría eso? Requiere… pedagogía.
Y no hay que demonizar al engañado en sus percepciones, sino desenmascarar a quienes agitan el malentendido, escondiéndose detrás de unas cuantas bocas grandes que hablan por ellos.
Porque no olvidemos que el símil debería incluir una matización: no se está predicando acceso libre, sin más. El subtexto es: “Dispongan ustedes de las creaciones que quieran a través de nuestro servicio de Internet (operadoras y plataformas), que les cobraremos baratito el acceso, porque no vamos a pagar a los creadores”.
Claro, luego jalean: “Todo esto podrían llevárselo sin pagar extra, simplemente navegando por nuestras hermosas autopistas de Internet, porque iría incluido en el precio, pero los autores no quieren”. ¡No, no, no! Nosotros sí queremos, pero también queremos que las operadoras nos liquiden por ese pedazo de riqueza masiva que quieren alcanzar por medio de la súper seductora oferta a los usuarios, a costa nuestra obra. El modelo ya está inventado. Solo hace falta echar un vistazo al campo de la TV.
Entonces, ¿por qué no se inicia la pedagogía necesaria, escrita por un puñado de buenos guionistas - ¡por favor, somos guionistas!- que explique debidamente al público, a las instituciones y a quien haga falta, la manipulación ideológica a la que se está sometiendo a los usuarios de Internet haciéndoles creer que son ellos quienes nos pagan, a las falacias que se les están implantando,... sin que nadie haga nada ni por aclarar las realidades ni por desenmascarar a los inductores?
Hemos visto que Internet es el mayor protagonista de futuro de nuestro sector, por lo tanto, seamos capaces de tomar prestada un poco de esa vista de halcón que algunos otros ya tuvieron hace una década.
Quedan planteados los deberes.
El segundo tema, "Los retos del futuro del audiovisual", podría extenderse y abrir puertas a todo esto.
La mesa, moderada por mi entrañable amiga Fabia Buenaventura, ex directora general de FAPAE y actualmente gerente audiovisual de SGAE, contó con la savia joven de la cineasta Mar Coll, que con apenas 24 años vendió su primer guion y sin llegar a los 30, tiene dos películas en su haber, próxima serie con Movistar+, es docente de guion y tiene un ímpetu que bien podría ser expuesto en vitrina para contagio de quienes desean recorrer con igual vivacidad los caminos de este sector.
Su fuerza estriba en su remolino de energía creativa sin pararse en las condolencias al sistema. Lo dijo bien claro. Aunque ha rodado sus primeras películas gracias a las subvenciones, está feliz de no tener que pasar por el sinuoso proceso, ya sea por la nueva propuesta de serie digital o por la de un trabajo directo de Argentina, traído de la mano de una de las actrices con las que rodó. Queda demostrado que deja buen sabor de boca.
Teresa de Rosendo, guionista de ficción televisiva y miembro de la junta directiva de ALMA, dejó muy claras las diferencias entre el modelo anglosajón y el no anglosajón. Y especialmente aclaró el concepto de "Residuals", los derechos que los guionistas estadounidenses perciben por los rendimientos de sus obras. En este caso, a diferencia de nuestro sistema, no es una entidad de gestión la encargada de recolectarlo, sino el propio productor, concebido como Autor Global de la obra, quien debe repartirlo en base a unos contratos cerrados y estipulados por el WGA, el famoso gremio de escritores, hoy en día la entidad de defensa de los guionistas más potente del mundo.
Teresa, que en su espléndido libro, escrito junto con Josep Gatell, nos dejó huella del sistema operativo de las Writer´s Rooms de Hollywood, es una de las mayores expertas en el tema, como también lo es Raquel Xalabarder, catedrática de Propiedad Intelectual en la UOC - Universitat Oberta de Catalunya- que hizo un pormenorizado repaso a las características de la ley y una comparativa clarificadora con sus aplicaciones en otros países. Todo un gozo escuchar sus sabidurías.
El evento fue clausurado por Julia Altares, guionista y miembro del Consejo de Dirección de SGAE, quien hizo una llamada a la acción más allá de las palabras, con la sensibilidad necesaria para apreciar que sin actos que las acompañen, las reflexiones tienen valor pragmático cero.
El evento removió energías, pero también tuvo su lado lúdico, al que siempre procuro no darle la espalda. Me alegró mucho ver a Iván García-Pelayo y a Luis Ivars, con quienes no coincidía desde nuestra noche de tapeo inolvidable por Salamanca, durante las Nuevas Conversaciones de Cine Español que lideró nuestro querido colaborador y amigo Luis María Ferrández, próximo a estrenar película el próximo 30 de noviembre.
También tuve ocasión de saludar a David Muñoz, pozo de buena experiencia en la escritura de guiones y máquina arrolladora de asesorar. Asimismo, a Eduardo Zaramella, viejo amigo con quien últimamente coincido en todos los saraos. Muy grato fue el reencuentro con Rubén Gutiérrez del Castillo, pieza histórica fundamental de la Fundación Autor-Fundación SGAE pese a que le quedan muchos años por delante, y persona de refinado y privilegiado intelecto con quien disfruté sobremanera trabajando en la coordinación del estudio "Los guionistas en España", hace ya una década.
También hubo un afectuoso reencuentro con nuestro insigne dramaturgo Fermín Cabal, quien acertadamente me señaló que la verdadera dificultad de esta cruzada por los derechos de autor se halla en las asociaciones y entidades de peso con decidida intención de acabar con tales derechos. Ninguna batalla es fácil. Y es algo que no debemos olvidar.
Pero si hay algo importante a recordar en todo esto es que los guionistas no podemos delegar nuestras batallas. No sirve el decir "que se ocupen otros " y no hacer nada. No podemos instalarnos en la queja por la remuneración que obtenemos o no obtenemos como autores, y no hacer nada al respecto. Porque no mereceríamos que mejoraran las cosas.
Las conquistas se consiguen saliendo a pecho descubierto a presentar batalla si es necesario, no en el confort de casa, tecleando junto al brasero, mientras otros se parten la cara por nosotros.
El asunto no es de las asociaciones, de los sindicatos, de las entidades de gestión... El asunto es tuyo. Y eres tú quien debes decidir entre hacer algo para sumarte a esta conquista, o actuar como el más indigno rey holgazán o tirano caprichoso que delega en sus soldados el paseo por la muerte.
Si eliges lo segundo, mejor no quejarse; mejor no protestar; mejor, callar para siempre.
Te esperamos en el lado de los que, en sus venas, tienen algo más que palabras.
Estés donde estés, tu acción es importante porque tú eres importante.
Tú, al igual que yo, al igual que cada uno de nosotros, marcas la diferencia, al hablar de ello, al prestar tu energía, tu creatividad y tu buen hacer, para que el conjunto de autores camine por sendas mejores.
Gracias por escuchar.
Ahora, solo queda actuar…