10/04/2016


Noticias de guion

¿Supondrá la I.A. el fin del arte, incluido el de escribir guiones?


 

Últimamente estoy leyendo bastante sobre la I.A. (Inteligencia Artificial). Hay quienes defienden que será capaz de replicar todas las tareas humanas de forma cada vez más eficaz, hasta llegar a reemplazarnos. Pero el debate se relentiza al topar con el tema del arte. Muchos son los que esgrimen fervientemente que la I.A. jamás llegará a sustituir al ser humano en el campo del arte, porque el arte implica emoción, y la I.A. no tiene emociones, por inteligente que sea. Concluyen que hasta que la I.A. sea capaz de desarrollar emociones, no tenemos por qué preocuparnos, pero ¿es eso una conclusión lógica o está empañada por un deseo de que la realidad se configure así?

Los primates de la I.A son esos programas informáticos que ya han intentado -sin demasiado éxito- proporcionar muletas a los escritores que deseaban compensar su falta de miembros por aparatos inteligentes que hicieran parte del trabajo por ellos. Miles de tramas y combinaciones ordenadas, estructuras metódicas y patronizadas,... Quienes se han aferrado a los moldes y no han sido capaces de ignorarlos o trascenderlos, muy a menudo se han encontrado con una obra falta de alma, muy del estilo de la que se nos ocurriría imaginar si pensáramos cómo escribiría un guion uno de los nuevos entes con I.A. Puestos el uno frente al otro, la única diferencia quizá sea que uno lo haría de forma más inteligente que el otro: el robot.

Se da la circunstancia que el pseudoautor que se empeña en abrazar la I.A. ignorando la parte humana, emocional, que toda obra debe contener, se precipita al vacío absoluto. Solo quien utiliza los programas de inteligencia arificial como sazonadores y no como sustitutos de la alimentación del espíritu y de las emociones, puede llegar a cocinar un alimento sabroso y digerible a través de las teclas.

El arte, incluido el de escribir guiones, se fundamenta en la conexión emocional del autor con el receptor. De ahí que la argumentaicón de los defensores del arte humano por encima de un arte creado por I.A.

Sin embargo, dejando la cuestión al desnudo, no es de lo que un autor sienta, de lo que depende el éxito de una obra, sino de lo que el receptor siente, como consecuencia de ella. Como en el amor, seremos buenos amantes si el otro siente, no solo si sentimos nosotros. Pero ¿es suficiente la pericia para hacer sentir sin sentir nada en origen? A mi modo de ver, la gloria se obtiene si existe comunión en ese sentir, una especie de éxtasis mutuo. Y eso pone en entredicho el tema de la A.I. ¿Cómo diablos va producirse esa magia con I.A.?

La sofisticación de la ciencia puede llevar a que se programe I.A. perfecta que aprenda a juzgar las emociones del otro. De hecho, se está haciendo en la Neurociencia, tal y como conté tras mi viaje a Boston, el pasado mes de mayo. Hice buenas migas con gente del MIT, Harvard y Stanford en ese simposio poliuniversitario y me puse al día sobre la evolución en este campo. En España también hay avances indudables. De momento son horrorosas máquinas las que efectúan las mediciones, pero no es difícil de imaginar que en su día se enfundarán en preciosos cuerpos sintéticos que hasta podrán parecer humanos. Una mujer u hombre aparentemente perfectos, con capacidad para leer nuestras emociones y darnos lo más "apropiado" en cada momento. Pero ¿dónde quedará la parte de la ecuación que lleva al éxtasis completo, al desdoblamiento del yo en el otro?

Podemos intuir que habrá legiones de humanos que abrazarán la nueva perspectiva. Hombres y mujeres que se lanzarán a adquirir el nuevo prototipo capaz de servirles sus emociones a flor de piel. Con una buena programación podrán sentir todo los que les plazca ya sea en el nivel físico, emocional y mental. Pero ¿y la otra cara de la moneda? ¿Dónde quedará lo de "hacer sentir" al otro?

Los robosts puede que asalten también nuestro campo de escritores. Una vez aprendan a leer emociones, podrán construir historias no ya en base a patrones estructurales y combinaciones de tramas, sino en función de las respuestas emocionales medidas escena a escena. ¿Nos dejará esto aparte a los profesionales de la escritura?

La máquina perfecta será como un amante mecánicamente perfecto, virtuosamente hábil, pero incapaz de sentir por el otro. El efecto bastará a los egocéntricos que busquen la satisfacción propia pero será insuficiente para quienes deseen una comunión que solo sería posible si algún día la I.A. sobrepasa ese límite y aprenda a sentir. ¿Será eso posible?

Nos es disparatado intuir que llegará un momento en que la I.A empiece a programarse para simular emociones de respuesta frente a estímulos determinados, con un grado de sofisticación que quizá hará difícil diferenciarlos de la realidad. Y más aún, todos sabemos del dicho que a fuerza de forzar volitivamente la sonrisa, acabas riendo de verdad. ¿Alcanzarán las maquinas una comprensión tan exhaustiva de la emoción que les lleve a desarrollar sentimientos?

Si ese día llega, lo único que salvará nuestra profesión es la belleza de la imperfección. El error en el cuadro inmaculado. El fallo en el cáculo. Lo que hace que estalle la estética de la incongruencia y nos atrape hasta el tuétano. El adn imperfecto tendrá el valor de la originalidad. El valor del error. El valor de la emoción imprevista. El valor de la química insospechada que nos seducirá para decir sí a un viaje, a un posible abismo, menos perfecto, pero más apetecible. La misma ecuación que se da en cualquier amor imprevisto que se resiste a la lógica.

Y mientras todo esto ocurre, habrá quienes seguirán pensando que la I.A podrá hacer su trabajo... No seas de esos...

Feliz escritura.

Valentí­n Fernández-Tubau
Cofundador y director de Abcguionistas y Ars-Media

18/10/2015 16:19:31

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