25/10/2010 - 28 usuarios online
Por Nicolás López *
TODO COMENZÓ EN UN ASCENSOR. Miguel Asensio, mi socio y productor de mi primer largo estaba en shock al igual que yo. Veníamos de la primera función de Oldboy en el festival de Sitges, donde Promedio era exhibida en un horario triste (fueron 2 o 3 personas... incluyéndonos). Pero eso daba lo mismo. El cine koreano nos había dado un batatazo en la nuca y comentábamos la facilidad con la que mixeaban géneros, sin ninguna vergüenza. Tal como en los mangas (de hecho, Oldboy era la adaptación de un cómic japo), donde una comedia romántica podía pasarse al western y sin ningún asco caer en ciencia ficción retro-futurista con zombies y mutantes lésbicas. A mí, siempre me interesó jugar con los géneros con los que fui criado. Promedio fue mi versión de una comedia adolescente, donde intentamos romper la mayoría de las reglas tópicas de ese genero. Y hace tiempo que tenía ganas de contar una historia de superhéroes... pero a mi manera (mezclando desde la comedia romántica hasta el musical). Llegamos al primer piso y Miguel me dijo que deberíamos hacer una peli de superhéroes distinta a las demás (además, todas las franquicias buenas ya estaban tomadas) e intentar hacer algo distinto con un género ya sobresaturado en esa época (imagínense ahora).
La premisa básica era... ¿qué pasaría si ninguno de los personajes quiere cumplir su función? O sea, ¿qué pasaría si el héroe no quiere ser el héroe, si el mentor no quiere entrenar al héroe porque le parece un subnormal y si el villano no quiere ser el villano y sufre por eso? La representación visual más clara era... ¿qué hubiera pasado si en Star Wars, Yoda no hubiera querido entrenar a Luke... y más encima se riera de su pinta?
Miguel me encerró en su casa en A Coruña durante dos meses para que sacara el puto guión. Fue un proceso de tortura sicológica (y sexual) espantoso. Mi agente en Hollywood llevaba pidiéndome un guión nuevo desde que vieron el primer pase de Promedio en Los Angeles y, de pronto, un chiste estúpido en un ascensor de Sitges se transformó en lo que sería mi próxima película. Yo encontraba imposible financiar el proyecto, no era una comedia adolescente con 50 planos con efectos digitales hablada en español-chilensis. Era una saga épica ambientada en tres épocas con efectos digitales hasta en la sopa. Miguel me decía que de eso nos encargaríamos después, que lo más importante era tener una historia.
El primer borrador tuvo cerca de 200 paginas y no se entendía nada. Así que le pedimos a Nelson Daniel, el director de arte de mi primera película, que hiciera bocetos, los que después se transformaron en un cómic que acompañaba al guión. Sin saberlo... habíamos comenzado la pre-producción.
Con guión en mano viajamos con Miguel a Los Angeles, California. Nos quedamos en un hotel de mierda donde se escuchaban los desaliñados gemidos de prostitutas latinas en las habitaciones contiguas (viva el glamour de Hollywood) y, como vendedores puerta a puerta, nos lanzamos a la aventura. Visitamos todos los estudios (Warner, Fox, Universal, Lions Gate, etc.). Los executives miraban con duda el proyecto y los que se entusiasmaban quedaban paralizados frente a mi idea de rodar en Santiago de Chile (para mí, eso era fundamental, intentar crear una Nueva Nueva Zelandia. Seguir el modelo Peter Jackson). Pero claro, para ellos el Chile es un condimento que se le pone a los tacos... no el nombre de un país. Difícil que me tomaran en serio.
En una de esas reuniones, la gente de DreamWorks milagrosamente se interesó. “No entendí nada” me dijo uno de los vice-presidentes “pero hace años no entendí nada de un proyecto que venía igual de bien presentado, y hasta el día de hoy me arrepiento. Se llamaba Matrix”. Mis agentes descorchaban champaña. En DreamWorks veían el proyecto como una película grande y con un protagonista tipo Jack Black. No sonaba nada mal... especialmente para un director sudaca de 22 años. Comenzaron las negociaciones para comprar el guión. Que se demoraron siglos. Mientras esperábamos, Miguel insistió en que fuéramos a buscar suerte en España... que no era mala idea tener una segunda opción (aunque en realidad, él siempre odió la idea de rodarla en ingles).
La primera reunión en Madrid fue con Eduardo Campoy, en lo que era Drive Cine. De la nada, apareció en esa oficina José Manuel Lorenzo a saludar y nos quedamos pegados hablando estupideces (de lo fan que era yo de Guillermo Del Toro, de lo surrealista que era Los Angeles y de nuestra estúpida pasión por los musicales). Se podría decir que fue amor heterosexual a primera vista. Yo conocía a José por su carrera de actor, especialmente por El Espinazo del Diablo... pero no tenía idea que era una leyenda del audiovisual ibérico. José pidió leerse el guión. Al poco tiempo, me diría que no entendió mucho (las dimensiones paralelas y seres que esnifan mierda no eran muy digeribles), pero sus hijos habían flipado con el cómic y si lo entendían ellos –según él- había que hacer la peli. Lorenzo, sin cortarse y en menos de una semana, decidió financiar el proyecto. Nada de tiempos-de-espera Jolivudenses. Y además... me dejaba filmar en Chile. Claro, en Drive no tenían 40 millones de dólares ni a Jack Black... pero sí toda la libertad creativa del mundo. Que se joda Los Angeles... ¿dónde firmo?
(*) El joven guionista y director chileno Nicolás López ("Promedio rojo"), creador nato, "freekie", admirador del comic y de Alex de la Iglesia, bloguero y excolumnista juvenil, estrena por fin en España este viernes, tras su paso por el Festival de Sitges y otros, su segundo largometraje, "Santos", una comedia de super-anti-héroe.
© abc guionistas
08/10/2008 12:00:49