25/10/2010 - 31 usuarios online


Noticias de guión

Scarlett Johansson y las hamburguesas de palabras

Scarlett Johansson
Scarlett Johansson

Por Valentín Fernández-Tubau*

La semana pasada supe el porqué de los cambios de look de Scarlett Johansson en La joven de la perla (2003). Mostrando frente, tapada hasta las cejas, asomando mediafrente... y así alternando a lo largo de la obra. Me lo contó su director, Peter Webber, también director de Hannibal, el origen del mal (2007) -la precuela de la famosa saga de Hannibal Lecter- y de A dos metros bajo tierra (Six Feet Under), entre muchas otras cosas.

La frente de Scarlett no era un problema de arte o vestuario sino de hamburguesas. McDonalds para ser más concretos. Única fuente alimentaria de la actriz en su estancia japonesa con Sofia Coppola, en el rodaje de  Lost in Translation. Llegó a su siguiente película, la de Webber, como si fuera un mapa de granos, pese al 100% de carne vacuna que se esfuerza en promocionar la multinacional estadounidense, y claro... ¡a taparlos con el gorrito holandés hasta que desaparecieran!, porque ni el más denso maquillaje podía con ellos. 

Pero, quien haya visto la película, espero que se haya fijado en algo más que en las distintas frentes de Scarlett y haya podido saborear el fantástico mundo subjetivo entre pintor y modelo, creado por el director. Toda una lección magistral de subtexto, con dos actores que han sabido encarnarlo.

En no pocas ocasiones, algunos de mis alumnos, cuando defiendo las virtudes del subtexto, se apresuran a preguntarme si en tal o cual película, lo que sucede más allá de las palabras de una determinada escena lo había especificado o no el guionista. Pero ¿cómo voy a saberlo si no he leído el guión? En este caso, tengo la certeza transmitida por una fuente original. No fue así. El subtexto lo creó Peter Webber, amputando sin piedad el guión que Olivia Hetreed había adaptado de la novela de Tracy Chevalier,lo que le valió un enfrentamiento con ella, decepcionada por ver cómo su primera obra llevada al cine quedaba despojada de sus vestiduras hasta convertirse en ente de diferente proyección. La historia entre ambos acabó bien pese a la primera frustración: ahora están colaborando juntos en otro proyecto.

Me hubiera gustado que ese mundo subjetivo hubiera sido ideado por la guionista, porque, a mi modo de ver, es lo más rico que transcurre en la historia; pero no fue así. En esta ocasión, afortunadamente, hubo un director que se responsabilizó por crearlo, aún cuando no le fue dado en guión. La otra cara de la moneda es la que los guionistas profesionales sufren más de lo que quisieran:  un director no capta el subtexto plasmado en el papel y se limita a reproducir el diálogo, acabando con cualquier forma de sutileza que sea reflejo de la comunicación humana y su grandeza; a saber: esa mezcla entre comunicación verbal y no verbal, que todo guionista debería dominar y crear, y todo director, orquestar hasta lograr la más plena sinergia.

Peter Webber y yo nos conocimos gracias a Christian Routh, buen amigo y espléndido asesor de guiones, antiguo director del Script European Fund, Pilots, Co-Pilot y bastantes tinglados más. Dimos sendas conferencias en el marco del programa europeo de desarrollo Four Corners, que dirige Christian con sabiduría y acierto. La mía trataba sobre el diálogo y la suya  sobre La joven de la Perla.   A él le tocaba defender las razones por las que acabó con la mayor parte de los diálogos del guión de Olivia Hetreed. ¿Habría colapso de puntos de vista?.

Todo lo contrario. Nunca hubo mejor entendimiento. Me halagó que en su conferencia incluso hiciera alusióna uno de los puntos de la mía en el que no podíamos ser más coincidentes: los personajes no necesitan siempre hablar sino comunicar; y la comunicación puede ser verbal o no verbal. Y, a veces,la mejor manera de dialogar es no decir nada o decir algo distinto a loque es el motor del pensamiento en ese instante. Eso es lo que le llevó, según sus palabras, a cortar el texto de su guionista hasta dejarlo famélico, pero mucho más rico. 

Cuando en nuestro rol de guionistas  somos capaces de comunicar lo que piensa el personaje sin necesidad de explicarlo con el diálogo, y las palabras las llevamos por un lado diferente al de la obviedad emotiva, empezamos a asomarnos al nivel de la excelencia.

El mundo subjetivo de La Joven de la Perla, lleno de subtextos de altura, no fue creado por un guionista sino por un director. Y una vez más entendí, que a veces, el director, es guionista, y como dice Peter Webber y tantos otros a los que yo me sumo, no hay uno sino tres forjadores del guión: el guionista, el director y el montador. Cuando todos suman se consigue la magia que nos embelesa como espectadores. Basta que uno falle, y se rompe, pero si cumplida la armonía fundamental entre los tres, uno o más sobresalen,quedamos fascinados. ¿Acaso alguien duda de que el guión es mucho más que un conjunto de palabras bien escritas?.

Reconocer el papel del director y del montador en el guión no me hace menos guionista ni resta importancia al guión escrito como base de toda obra audiovisual, sino todo lo contrario. Si el cimiento es fuerte, permite que la obra que se construye sobre el mismo, pueda alcanzar alturas inimaginables. Las que hacen que el guionista contemple orgulloso la traslación de su creación a la vida que se proyecta a través de la pantalla. Algo que sólo es posible si guionistas, directores y montadores dejan de empacharse con hamburguesas de palabras y miran más allá de la letra. Si lo hacemos, evitaremos los molestos granos de tinta que revientan y caen hasta los ojos, nublando la visión de lo que debemos crear con nuestras obras: emociones intangibles... y humanas.

Solo así nuestra obra llegará a ser, quizá, lo que soñamos cuando le dimos vida.
 
 

(*) Valentín Fernández-Tubau es guionista, asesor de guiones y psicólogo, así como co-fundador y director técnico de abc guionistas.

13/04/2009 01:20:06