10/06/2017
Por Paz Encina (*)
Cuando hablo de silencio, hablo de silencio y de tiempo. Un silencio en el que convergen soledad y tristeza, un vínculo que se resiste a desaparecer, una espera interminable y la búsqueda del sentido de la vida. De esta forma, cada silencio representa un regreso a todo y hay que tomarse el tiempo necesario para expresarlo.
Cuando concebí la estética temporal para "Hamaca paraguaya", decidí que cada imagen duraría todo el tiempo que fuera necesario para expresarse y no el tiempo necesario para que los demás lo vieran. En cada plano, los pequeños actos se muestran de principio a fin: un suspiro que termina, un abanico que se agita y termina por refrescar el ambiente, el canto de una cigarra, alguien que pela y come una naranja en tiempo real. Lo que me interesa es que cada imagen capte no sólo la belleza exacta de las cosas, sino también los momentos precisos que evocan un detalle perfecto de cada uno de estos actos, que se observan en la totalidad de su desarrollo.
Como si cada silencio fuera una página en blanco.
Esos silencios se hacen presentes, las secuencias principales se desarrollan en un clima de silencio lento cargado de un sentido que se expresa sin tapujos, un silencio que deja en las escenas una huella temporal. Un silencio cargado de sobrentendidos, que generan una intertextualidad en la que el espectador participa abiertamente y en la que lo importante no sólo reside en la marca que deja la acción sino en el sentido que ésta adquiere en la matriz de la obra.
Decidí que no debía tenerle miedo al tiempo y, aunque paradójicamente se trata de una historia con pocos diálogos, creo que recreo un mundo que, por encima de todo, es el mío. Un mundo silencioso, en el que el tiempo separa las palabras, un tiempo definido por la palabra “silencio” con el que intento abarcar sutilmente todos los límites entre el presente y el pasado. Las secuencias temporales se superponen y la memoria engañosa del presente desaparece. Semánticas nuevas y gritos silenciosos dejan al descubierto los malentendidos que no se dicen pero que se expresan, y las respuestas pendientes nos permiten vislumbrar emociones que nunca se revelarán. Los silencios elocuentes, lanzados al aire, sugieren lo que puede desaparecer en cualquier momento, dejándonos un instante sonoro como un trazo, una huella, u eco, un vacío siniestro. Eso es "Hamaca paraguaya".
En la sinopsis y en este texto creo haber expresado de forma general los motivos que me han llevado a realizar esta película. Pero no son los únicos.
La última cinta realizada en Paraguay en 35 mm y que se estrenó en las salas de cine se remonta a los años setenta: una película sobre la guerra de la Triple Alianza, y que contó con el beneplácito unánime del régimen dictatorial de del presiente Alfredo Stroessner, que entonces estaba en el apogeo de su poder. De hecho, la introducción de esta película, titulada “Mont Corá”, incluye su profundo agradecimiento al “gran líder” y a sus seguidores (cuyos hijos participaban en la película) por el apoyo a la cultura del país.
Más adelante, en los años noventa, algunos directores extranjeros vinieron a Paraguay para realizar coproducciones, atraídos por una mano de obra barata debido al cambio del guaraní, nuestra moneda nacional. En sus películas se utilizaron actores y decorados paraguayos, pero lo cierto es que no reflejaban la realidad del país.
También hubo algunos proyectos para rodar largometrajes en vídeo pero no tuvieron éxito y tampoco nos identificábamos con ellos.
Paraguay no tiene una industria cinematográfica propia, ni laboratorios cinematográficos, ni siquiera representantes de Kodak. Por lo tanto tampoco existen productoras ni fondos destinados de forma específica al cine, lo que frena aún más cualquier proyecto.
Personalmente, lo que deseo con todas mis fuerzas es mostrar a mi pueblo, a los paraguayos. A veces creo que éste es mi verdadero destino. A veces me parece una condena y otras una bendición.
Por otra parte, creo que si se le dieran oportunidades, el cine paraguayo podría encontrar su propia identidad en la que todos podríamos reconocernos y hacernos conocer por el resto del mundo. Ha llegado el momento que nuestras inquietudes, situaciones, estilos y modos de vida se lleven a la gran pantalla. Tenemos algo que ofrecer al mundo porque somos diferentes, y por esa razón creo que nuestro cine también puede ser diferente, tal y como lo somos nosotros.
Además, soy una de las pocas personas que han tenido el privilegio de estudiar cine en el extranjero. Por lo tanto me siento obligada a empezar, poniendo esta primera piedra, a construir algo con esa película y a apostar por el cine paraguayo. Es necesario que Paraguay se convierta en un país en el que se hace cine y en el que hacer una película sea un milagro aislado que consiguen unos pocos y que, a pesar de las dificultades se creen oportunidades. No importa que hacer cine sea difícil, lo que importa es que no sea imposible.
Desde este punto de vista, soy consciente de que mi película no es de las más fáciles, pero desde su concepción, supe que correspondía perfectamente a mi forma de observar, de ver a mi pueblo y a mis gentes, y que la percepción temporal que propongo es, en mi opinión, la que estamos viviendo. Estoy convencida de que "Hamaca paraguaya" va a cambiar mi vida y podría convertirse en un punto de referencia importante, no sólo para mí como persona, sino para muchos otros. Por último, querría decir que esta película intenta reflejar lo que todos vivimos: algo tan sencillo y a la vez tan complejo como es salir adelante.
(*): Paz Encina nació en Asunción, Paraguay, en 1971. En 1996, entró en la Escuela de Cinematografía en la que se doctoró en cinematografía (2001). Tras varios cortos, retoma con su primer largo, “Hamaca paraguaya”, una idea ya expuesta en un corto homonimo. Esta coproducción hispano-franco-paraguaya fue premiada por la Crítica internacional en el último Cannes.
© Wandavisión / abc guionistas
22/06/2007 16:19:21
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