05/08/2020
Ramón Rubio, encargado de rescatar patrimonio fílmico para la institución, no daba crédito. Asistía a una mesa redonda en el Ateneo madrileño cuando una mujer confesó que guardaba la primera película sonora del cine patrio: El misterio de la Puerta del Sol (1929). “Era hija del productor y tenía la única copia bastante bien conservada en un pueblo burgalés. Accedió a vendérnosla tras muchos años de conversaciones, ya que necesitaba solventar sus problemas económicos”, rememora. Aquella hazaña fue portada de varios periódicos a mediados de los noventa.
El vetusto largometraje fue directo al búnker que la Filmoteca había excavado poco antes para mimar las cintas de nitrato, un material altamente inflamable que se empleó hasta los años cincuenta y cuya degradación es irreversible. Por eso, casi todos los títulos que yacen allí ya han sido reproducidos en soportes capaces de garantizar su supervivencia. Según Alfonso del Amo, veterano responsable del fondo fílmico, apenas quedan vestigios de la primera mitad del siglo XX: “Gran parte de la producción cinematográfica más antigua desapareció en cuatro incendios. Por ejemplo, cada vez que encontramos una grabación realizada durante la Guerra Civil, resulta ser una copia. Solo hemos recuperado un original, El derrumbamiento del Ejército Rojo, cuyo negativo nunca llegó al calcinado almacén del Departamento Nacional de Cinematografía”.
Las obras más modernas, que se custodian en función de sus características físicas y la intensidad de su uso, se trasladarán poco a poco al flamante Centro de Conservación y Restauración. Ese edificio, cuya construcción acabó el pasado octubre, incluye nada menos que 36 cámaras de 225 m² cada una. “El papel o el lienzo tienen una resistencia mucho mayor que la película. Es el soporte artístico más frágil. Y especialmente delicados son los negativos en color, que deben mantenerse a 5°C y 30% de humedad”, explica del Amo. En las nuevas instalaciones hay incluso un archivo de congelación que albergará los acetatos heridos mortalmente por el síndrome del vinagre, cuyos estragos no son demasiado dramáticos en Madrid, pero sí en lugares con otros climas. Congelar esos materiales es la única opción viable, aunque arriesgada, para preservarlos: pueden salir severamente dañados al descongelarlos. “Es un último recurso, pero mejor eso que dejarlos morir”.
Curioso fue también el rescate de las ficciones que alumbró la emblemática productora Cifesa. “En los primeros ochenta”, relata Rubio, “fui dos veces a Valencia para cargar una furgoneta con los nitratos originales. Aunque estaban guardados sin cuidado en una barraca, pude recuperar cincuenta largometrajes y ochenta cortometrajes, casi todo lo producido”. Hace poco halló cinco documentales inéditos pertenecientes al Archivo de la palabra. Financiados en los años treinta por el Centro de Estudios Históricos que capitaneó Ramón Menéndez Pidal, muestran cómo los intelectuales republicanos difundían la cultura a lo largo y ancho del país “A veces aparecen cosas que nadie conocía, ni siquiera los familiares de quienes las grabaron. ¡Es apasionante!”, sentencia.
Gracias a las restauraciones que acomete la Filmoteca, hoy podemos ver obras clave del celuloide nacional que se encontraban en pésimas condiciones: Un perro andaluz (1929), La aldea maldita (1930), La verbena de la Paloma (1935)… Pero fue una cinta bastante más reciente, Las chicas de la Cruz Roja, la que provocó verdaderos quebraderos de cabeza entre los restauradores. “El color estaba totalmente deteriorado en el negativo original. Ahora tenemos un duplicado parcialmente corregido, aunque sigue siendo infumable”, lamenta del Amo. No se queda atrás Currito de la Cruz, el primer documental rodado tras estallar la Guerra Civil, que inmortaliza el movimiento revolucionario en Barcelona. “Para recomponerlo usamos imágenes de once fuentes distintas, algunas procedentes del extranjero. ¡Y eso que solo dura veinte minutos!”
Tesoros a cada paso
A las cabinas de visionado de la institución llegan anualmente 300 usuarios, sobre todo investigadores universitarios y empleados de productoras, aunque en las vacaciones estivales se ven incluso profesores estadounidenses de lengua española. “Vienen porque allí el audiovisual se usa a menudo como vehículo para la enseñanza”, argumenta María García, que controla el acceso al fondo fílmico.
La biblioteca brinda auténticas joyas a sus 5.000 visitantes. “Guardamos una cédula del siglo XVIII que prevenía contra los buhoneros que organizaban sesiones de linterna mágica”, comenta Miguel del Valle-Inclán, “pero lo más demandado es la carta de Dalí a Buñuel con motivo de Un perro andaluz”. Muy solicitadas son también las colecciones completas de revistas cinematográficas –hay cabeceras de los años veinte que desaparecieron antes de la contienda– y los archivos personales de Buñuel o Querejeta. Estos contienen elementos –manuscritos, fotografías, recortes de prensa, contratos– que la Filmoteca posee en exclusiva y, por tanto, no pueden consultarse en ningún otro lugar del planeta. Más de una sorpresa deparan los miles de guiones originales recopilados a lo largo de décadas. Y es que muchos jamás saltaron a la pantalla, como Conejo de indias, escrito por Berlanga.
Algunas de las 400.000 imágenes que engrosan el archivo gráfico alcanzan un valor incalculable. Del Valle-Inclán explica la razón: “Son el único testimonio que tenemos sobre ficciones perdidas para siempre, entre ellas La mano (1916) o La tía de Pancho (1918), ambas de Julio Roesset”. Y lamenta que solo quede un fotograma de Flor de España: la leyenda de un torero (1921), el único filme dirigido por la actriz Helena Cortesina, considerada la primera cineasta de este país.
En el Palacio de Perales, donde la Filmoteca tiene su sede central, perviven los sucesivos avances tecnológicos que dieron paso a la industria actual: artilugios precinematográficos del siglo XVIII, cámaras utilizadas por los operadores de los hermanos Lumière… Casi todo procede del extranjero, aunque hay hueco para el ingenio nacional, materializado en el Cinefotocolor. Fue un sistema aplicado a catorce largometrajes que, pese a su esencia folclórica, osaron ir más allá del anodino blanco y negro. Su vida fue muy fugaz, de 1948 a 1954, por lo que solo se fabricaron tres máquinas. Elena Cervera, artífice de la colección, revela por qué cayó en desuso: “El color que conseguía era bastante deficiente, como ocurría con el procedimiento de Kodak, pero la marca americana supo conquistar el mercado nacional”.
También se conservan maquetas de La niña de tus ojos o esos forillos con el perfil urbano de Madrid que se crearon para Mujeres al borde de un ataque de nervios. Aunque se confiesa poco mitómana, Cervera se ha hecho con objetos pertenecientes a personalidades del celuloide, como diversos galardones que ganó Buñuel. “¡Incluso nos ofrecieron su cama!”, asegura, sorprendida. Ahora, ante el cierre de numerosos estudios de animación tradicional, recoger sus dibujos es la prioridad.
El amplio conjunto, forjado a base de adquisiciones y donaciones, sufre un parón. “Hasta hace dos años recibíamos dinero para comprar, pero hoy dependemos de lo poco que nos traen”, se queja. A los problemas de presupuesto se unen los de espacio: “No podemos exponer todas las piezas juntas, a modo de museo, porque no tenemos dónde”.
Cinefilia en tapa dura
En 1986 la Filmoteca emprendió nuevas líneas de investigación que ya han alumbrado unas ochenta publicaciones de envergadura. Especialmente celebrados han sido el Catálogo del cine español –con tres volúmenes que repasan todas las producciones despachadas entre 1920 y 1950– o el Catálogo general del cine de la Guerra Civil. Ana Cristina Iriarte, la responsable editorial, destaca la utilidad de esos libros: “Los hacemos porque no sabremos cuánto se ha perdido hasta que no sepamos cuánto se rodó. Además, son necesarios para elaborar luego filmografías fiables de los artistas, pues a veces descubrimos rodajes que salían anunciados en la prensa y finalmente no prosperaban”.
Sin embargo, el best seller es No-Do. El tiempo y la memoria, que va por su séptima edición. “Es una cifra difícil de alcanzar en este país, aunque nuestro objetivo no es vender, sino ofrecer obras de referencia”. Semejante éxito hizo que varios investigadores propusieran nuevos trabajos sobre el noticiario, pero la entidad quiso abordar otros temas y apostó por Biblioteca del cine español. “Explora las fuentes literarias de las que beben nuestros directores ¡Y ha roto grandes mitos! Ciertos filmes presumen de estar basados en el libro homónimo, cuando realmente no tienen nada que ver”, resume Iriarte.
Todas las publicaciones son fruto de largos estudios. El Catálogo del cine español correspondiente a los años cincuenta, recientemente finalizado, arrancó hace más de un lustro. Sus páginas todavía no han visto la luz por las estreches presupuestarias, que también mantienen en el cajón los títulos dedicados a la historia de la crítica cinematográfica o a los músicos de nuestro celuloide.
Un insospechado éxito de público
Hasta por 16 salas distintas pasaron las proyecciones de la Filmoteca desde 1963 a 1989, cuando recalaron en el Cine Doré, uno de los pocos ejemplos de arquitectura modernista que adornan la capital. “Llevaba décadas abandonado y Berlanga lanzó una campaña para que no lo derribasen”, recuerda Catherine Gautier, al frente de la programación. Sus tres pantallas funcionan a pleno rendimiento: 1.200 sesiones a lo largo de la temporada (cuatro pases diarios, de martes a domingo, los doce meses del año).
Unos 145.000 espectadores ocuparon las butacas durante 2012, con una media de 126 entradas vendidas por proyección. “Ese dato nos sitúa muy por encima de otras prestigiosas filmotecas del mundo, entre ellas París o São Paulo. Solo la californiana de Berkeley nos sigue de cerca”, apunta. El gerente del Doré, Antonio Santamarina, tampoco oculta su alegría: “Aquí vienen más de 500 usuarios al día, un volumen impensable para numerosos cines comerciales de Madrid, aunque nuestra pretensión no es llenar las salas”. Además, los ingresos obtenidos en taquilla permiten cubrir los gastos de alquiler, transporte y subtitulado de los largometrajes.
Los ciclos dedicados a cinematografías tan atípicas como las de Macedonia o Azerbaiyán, con títulos que se presentan por primera vez en España, son minoritarios. Más público congrega, según el gerente, la sesión de Cine para todos que se ofrece los sábados: “Hemos llenado gracias a Dentro del laberinto, El mago de Oz o La guerra de las galaxias”. Lo mismo sucede con la propuesta Si aún no la ha visto… (o quiere volver a verla), que en los meses de verano exhibe éxitos recientes al aire libre. “A los espectadores les agrada repetir. Y aunque sean productos que ya se venden en DVD o se pasan por televisión, vienen para verlos en pantalla grande”, precisa su compañera.
Lo importante es, en su opinión, alcanzar un equilibrio entre los cuatro ciclos principales que conviven cada mes: “Pongo filmes emblemáticos para el gran público y cintas atípicas para el sector cinéfilo. Pero mi intención es que todos los usuarios, motivados por el precio asequible de la entrada, se animen a conocer otro tipo de celuloide del que no se suele hablar”. A la hora de programar tiene en cuenta tanto los gustos de la gente –hay un buzón de sugerencias– como su propia curiosidad. “A veces apuesto por cosas que me apetece ver, aunque tengo demasiado trabajo y acabo perdiéndomelas”. El resultado es una cartelera dominada por los clásicos, que nutren ciclos como Voces de seducción, un recorrido de la mano de actores –Greta Garbo o Marlon Brando– cuya voz siempre será especial.
El Doré ha recibido la visita de numerosas figuras del séptimo arte. Gautier cuenta que Celestino Coronado, un autor underground afincado en Londres, la obligó a bajar una escalera de caracol ataviada con un sombrero y un bastón. “¡Está totalmente loco! Nos llamaron del hotel donde se alojaba porque, al parecer, no le gustaban los muebles de su habitación y había tirado una cómoda por la ventana”. Santamarina prefiere el encuentro celebrado con el portugués Manoel de Oliveira: “Le he admirado toda mi vida. Le apetecía una copa de Baileys y, como no teníamos en la cafetería, los camareros fueron a comprarlo expresamente para él. ¡Deberé acostumbrarme a ese whisky si quiero vivir sus 104 años!”.
No menos memorables fueron las colas –llegaban a la vecina calle Atocha– que se formaron en 1999 para ver las películas neorrealistas de Vittorio de Sica. “Solo podíamos poner dos veces cada una y bastantes seguidores se quedaron con las ganas. ¡Nos criticaron en las páginas de El País!”, anota la francesa. Los ciclos de Pasolini y Visconti, exhibidos en 2002 y 2004, tampoco defraudaron: sus sesiones obtuvieron medias de 257 y 276, respectivamente, dos de las cifras más elevadas. “El éxito de las ficciones italianas se debe a que son muy conocidas, pero poco difundidas por canales convencionales”. Aunque el gran vencedor es George Méliès, al que en 1997 dedicaron nueve pases que abarrotaron las 300 butacas de la sala principal.
Héctor Alvarez / AISGE
06/05/2013 21:53:47
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